LA AMENAZA DE CASTIGO CREA LA COOPERACIÓN
Un nuevo estudio sugiere que la amenaza de castigo es la clave para una cooperación exitosa entre los humanos.
Los humanos cooperamos en toda clase de asuntos y tareas, pero de vez en cuando un miembro del grupo falla a la hora de realizar su parte.
Si tal comportamiento fuera tolerado la cooperación misma se vería comprometida.
Esa es la razón por la cual comunas y otros sistemas cooperativos pueden fallar si no hay un sistema sancionador.
En este experimento publicado en la revista Science se pone de manifiesto por qué el castigo es importante este factor.
Con él las ganancias de la comunidad aumentan.
Bettina Rockenbach de la Universidad de Erfurt en Alemania y sus colaboradores realizaron una prueba económica sobre 84 estudiantes que fueron divididos en dos grupos distintos.
En un grupo en el que el castigo era permitido y el otro donde no lo era.
A cada uno de los participantes se le dieron 20 fichas canjeables por dinero para que pudieran empezar a jugar.
En cada una de las treinta vueltas de las que constaba el juego se permitía a los participantes elegir en qué grupo jugar, cuánto de su propio dinero poner en el bote común para que fuera aumentado según las reglas y que cantidades no compartir e invertir libremente.
Si además estaban en el grupo donde se permitía el castigo podrían decidir cómo recompensar o castigar a los miembros del equipo en función de sus contribuciones.
Al final de cada vuelta todos los participantes veían las ganancias de sus semejantes en ambos grupos y el progreso económico de cada uno.
Las ganancias eran determinadas como un múltiplo de las fichas invertidas y eran repartidas por igual entre todos los jugadores incluyendo aquellos que no contribuían al bote y que jugaban de por libre con su propio dinero.
Al principio dos tercios de los participantes eligieron el grupo sin castigo y contribuían con un poco de su propio dinero al fondo común.
Debido a que cada sujeto compartía el bote común, pero además mantenían dinero propio que no entregaban, lo más egoísta para cada miembro era poner la menor cantidad posible en el fondo común. Rápidamente esto desembocó en una situación en la que muy poca gente contribuía con dinero al fondo común.
Pero además provocó que casi todos los participantes se movieran hacia el grupo donde había un sistema de incentivos y castigos.
A pesar de que costaba dinero penalizar las conductas egoístas (una ficha), la amenaza de castigo obligaba a un alto nivel de contribuciones y por tanto a un alto nivel de ganancias que finalmente repercutía en cada jugador individualmente.
Tan pronto como los jugadores se exiliaban en el nuevo grupo con castigo comenzaban a castigar a sus compañeros no contributivos aunque eso les costaba dinero.
Al parecer los más beligerantes en este aspecto eran aquellos que habiendo sido jugadores que iban por libre en el grupo sin castigos que al pasarse al grupo con penalizaciones estaban ansiosos por castigar.
Según Rockenbach los nuevos miembros castigaban porque es común hacerlo.
No se puede explicar este cambio tan dramático en el comportamiento diciendo que sólo miran por unas ganancias mayores.
Esta gente sacrificaba parte de las ganancias para obligar al cumplimiento de las normas cooperativas.
Hacia la vuelta número veinte la contribuciones en el grupo de castigo se aproximó al 100% mientras que en el otro grupo cayeron a 0% pocas vueltas después.
Las fichas eran canjeadas por dinero real al final de juego.
Aunque la recompensa parece que tiene poco efecto en el comportamiento del grupo sancionador, sanciones negativas tempranas eliminaban finalmente la necesidad de imponer castigos.
Lo que nos motiva son pues dos cosas: el tamaño de la zanahoria y el uso que se haga del palo.
Según Elinor Ostrom de Indiana University, y no relacionada con el estudio, estos resultados ayudan a entender las condiciones bajo las cuales la gente penalizará a otros para promover la cooperación.
Ostrom ha realizado numerosos trabajos de campo alrededor de todo el mundo preguntando por sistemas comunales donde no se aplique un sistema punitivo y no ha encontrado un sólo ejemplo hasta el momento.
La idea central de este artículo es que cuando la gente comparte ciertos estándares o reglas y algunos de ellos tienen la voluntad de sancionar a los demás entonces la sociedad funciona exitosamente.
Sin embargo, otros expertos afirman que el resultado es una demostración de cómo el interés propio puede triunfar sobre la aversión de la gente a la aplicación de las normas punitivas en el laboratorio.
En el mundo real no está tan claro quién es el jugador que va por libre o incluso si un grupo promueve el comportamiento cooperativo.
Según Duncan J. Watts de la Universidad de Columbia el misterio, si es que lo hay, es cómo estas instituciones evolucionaron al principio, pues es evidente a cualquiera que él mismo puede resolver los problemas de cooperación con este método.
Fuente: NEOFRONTERAS
Los humanos cooperamos en toda clase de asuntos y tareas, pero de vez en cuando un miembro del grupo falla a la hora de realizar su parte.
Si tal comportamiento fuera tolerado la cooperación misma se vería comprometida.
Esa es la razón por la cual comunas y otros sistemas cooperativos pueden fallar si no hay un sistema sancionador.
En este experimento publicado en la revista Science se pone de manifiesto por qué el castigo es importante este factor.
Con él las ganancias de la comunidad aumentan.
Bettina Rockenbach de la Universidad de Erfurt en Alemania y sus colaboradores realizaron una prueba económica sobre 84 estudiantes que fueron divididos en dos grupos distintos.
En un grupo en el que el castigo era permitido y el otro donde no lo era.
A cada uno de los participantes se le dieron 20 fichas canjeables por dinero para que pudieran empezar a jugar.
En cada una de las treinta vueltas de las que constaba el juego se permitía a los participantes elegir en qué grupo jugar, cuánto de su propio dinero poner en el bote común para que fuera aumentado según las reglas y que cantidades no compartir e invertir libremente.
Si además estaban en el grupo donde se permitía el castigo podrían decidir cómo recompensar o castigar a los miembros del equipo en función de sus contribuciones.
Al final de cada vuelta todos los participantes veían las ganancias de sus semejantes en ambos grupos y el progreso económico de cada uno.
Las ganancias eran determinadas como un múltiplo de las fichas invertidas y eran repartidas por igual entre todos los jugadores incluyendo aquellos que no contribuían al bote y que jugaban de por libre con su propio dinero.
Al principio dos tercios de los participantes eligieron el grupo sin castigo y contribuían con un poco de su propio dinero al fondo común.
Debido a que cada sujeto compartía el bote común, pero además mantenían dinero propio que no entregaban, lo más egoísta para cada miembro era poner la menor cantidad posible en el fondo común. Rápidamente esto desembocó en una situación en la que muy poca gente contribuía con dinero al fondo común.
Pero además provocó que casi todos los participantes se movieran hacia el grupo donde había un sistema de incentivos y castigos.
A pesar de que costaba dinero penalizar las conductas egoístas (una ficha), la amenaza de castigo obligaba a un alto nivel de contribuciones y por tanto a un alto nivel de ganancias que finalmente repercutía en cada jugador individualmente.
Tan pronto como los jugadores se exiliaban en el nuevo grupo con castigo comenzaban a castigar a sus compañeros no contributivos aunque eso les costaba dinero.
Al parecer los más beligerantes en este aspecto eran aquellos que habiendo sido jugadores que iban por libre en el grupo sin castigos que al pasarse al grupo con penalizaciones estaban ansiosos por castigar.
Según Rockenbach los nuevos miembros castigaban porque es común hacerlo.
No se puede explicar este cambio tan dramático en el comportamiento diciendo que sólo miran por unas ganancias mayores.
Esta gente sacrificaba parte de las ganancias para obligar al cumplimiento de las normas cooperativas.
Hacia la vuelta número veinte la contribuciones en el grupo de castigo se aproximó al 100% mientras que en el otro grupo cayeron a 0% pocas vueltas después.
Las fichas eran canjeadas por dinero real al final de juego.
Aunque la recompensa parece que tiene poco efecto en el comportamiento del grupo sancionador, sanciones negativas tempranas eliminaban finalmente la necesidad de imponer castigos.
Lo que nos motiva son pues dos cosas: el tamaño de la zanahoria y el uso que se haga del palo.
Según Elinor Ostrom de Indiana University, y no relacionada con el estudio, estos resultados ayudan a entender las condiciones bajo las cuales la gente penalizará a otros para promover la cooperación.
Ostrom ha realizado numerosos trabajos de campo alrededor de todo el mundo preguntando por sistemas comunales donde no se aplique un sistema punitivo y no ha encontrado un sólo ejemplo hasta el momento.
La idea central de este artículo es que cuando la gente comparte ciertos estándares o reglas y algunos de ellos tienen la voluntad de sancionar a los demás entonces la sociedad funciona exitosamente.
Sin embargo, otros expertos afirman que el resultado es una demostración de cómo el interés propio puede triunfar sobre la aversión de la gente a la aplicación de las normas punitivas en el laboratorio.
En el mundo real no está tan claro quién es el jugador que va por libre o incluso si un grupo promueve el comportamiento cooperativo.
Según Duncan J. Watts de la Universidad de Columbia el misterio, si es que lo hay, es cómo estas instituciones evolucionaron al principio, pues es evidente a cualquiera que él mismo puede resolver los problemas de cooperación con este método.
Fuente: NEOFRONTERAS
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