UNA CIENTÍFICA ESPAÑOLA HALLA EL NEXO ENTRE LAS CAUSAS DEL CÁNCER
Desde 1980 se han catalogado 200 genes relacionados con el cáncer. Unos sirven para que las células sepan quién es su vecino y otros para que sepan cuál es su linaje. La relación entre ambos es un misterio, pero debe ser esencial, puesto que los dos fallan a la vez en casi todos los cánceres. María Domínguez acaba de descubrir el nexo. Es la primera vez en 20 años que un trabajo íntegramente español merece el artículo principal de Nature. Típicamente, las únicas autoras en plantilla son Domínguez y su ayudante técnica.
El último artículo principal de Nature producido en España, publicado por el grupo de Ginés Morata en 1985, aclaró la organización de un complejo genético esencial para la evolución y el desarrollo y es uno de los trabajos españoles más citados internacionalmente.
María Domínguez, que dirige un pequeño laboratorio en el Instituto de Neurociencias de Alicante, firma este trabajo con su ayudante técnica, un posdoctoral y tres estudiantes de doctorado, dos sin beca.
"Muchos tumores humanos tienen mutaciones en genes de comunicación celular como Notch", explica la investigadora, "pero sabemos que eso no basta para producir cáncer en modelos como el ratón, el pez cebra o la mosca".
El mayor hallazgo de la biología contemporánea -que la lógica genética es común a todos los animales- no sólo sirve para deprimir a los filósofos. Un circuito de 200 genes es imposible de analizar en el ser humano, pero es la clase de laberinto en que se sabe orientar una drosofilista.
Buscando en Drosophila los genes equivalentes a los del cáncer humano, Domínguez y Dolors Ferres-Marco han aprovechado con ingenio las inmensas posibilidades técnicas del insecto para descubrir lo que no podrían haber visto mil investigadores de plantilla trabajando en tumores humanos con un presupuesto 100 veces mayor: dos nuevos genes que explican el nexo entre los dos grandes procesos relacionados con el cáncer.
Las científicas los han llamado Pipsqueak y Lola. Con esta última pieza, el puzle queda como sigue.
Los 200 genes del cáncer, que existen en todos los animales, no están ahí para causar cáncer, naturalmente.
Son parte de la maquinaria esencial del desarrollo embrionario.
Muchos genes relacionados con la comunicación entre células vecinas -los que en oncología suelen llamarse oncogenes- causan cáncer cuando funcionan más de la cuenta.
Y los genes que se ocupan de preservar la memoria del linaje celular -supresores de tumores para los oncólogos- causan cáncer cuando funcionan menos de la cuenta.
Las células no archivan esa memoria de su linaje en la secuencia de ADN (el orden de las letras químicas A, T, C y G), sino en otras cosas que se pegan encima de ella: unos pequeños compuestos químicos (metilos), o ciertas proteínas (histonas).
Por eso se dice que la memoria celular no es genética, sino epigenética (encima de los genes, literalmente).
Aunque un proceso tumoral se inicie porque un oncogén empieza a funcionar más de la cuenta, sólo culmina si además se inactivan los genes supresores de tumores, y esto siempre ocurre por el mismísimo proceso epigenético que ellos mismos se encargaban de aplicar al noble fin de memorizar el linaje de la célula.
Todo esto era sabido, pero no se entendía.
Hasta ayer, un tumor parecía una imposible concatenación de desgracias.
Pipsqueak y Lola son la explicación.
Cuando las rutas de la comunicación celular (los oncogenes) funcionan más de la cuenta, estos dos eslabones se sobreexcitan como si ellos mismos fueran parte de esa gramática vecinal.
Pero también pertenecen al mecanismo que le recuerda a la célula su linaje, y su excitación dispara los procesos epigenéticos que inactivan los genes supresores de tumores.
El cáncer tiene al fin una explicación comprensible.
Fuente: EL PAIS
El último artículo principal de Nature producido en España, publicado por el grupo de Ginés Morata en 1985, aclaró la organización de un complejo genético esencial para la evolución y el desarrollo y es uno de los trabajos españoles más citados internacionalmente.
María Domínguez, que dirige un pequeño laboratorio en el Instituto de Neurociencias de Alicante, firma este trabajo con su ayudante técnica, un posdoctoral y tres estudiantes de doctorado, dos sin beca.
"Muchos tumores humanos tienen mutaciones en genes de comunicación celular como Notch", explica la investigadora, "pero sabemos que eso no basta para producir cáncer en modelos como el ratón, el pez cebra o la mosca".
El mayor hallazgo de la biología contemporánea -que la lógica genética es común a todos los animales- no sólo sirve para deprimir a los filósofos. Un circuito de 200 genes es imposible de analizar en el ser humano, pero es la clase de laberinto en que se sabe orientar una drosofilista.
Buscando en Drosophila los genes equivalentes a los del cáncer humano, Domínguez y Dolors Ferres-Marco han aprovechado con ingenio las inmensas posibilidades técnicas del insecto para descubrir lo que no podrían haber visto mil investigadores de plantilla trabajando en tumores humanos con un presupuesto 100 veces mayor: dos nuevos genes que explican el nexo entre los dos grandes procesos relacionados con el cáncer.
Las científicas los han llamado Pipsqueak y Lola. Con esta última pieza, el puzle queda como sigue.
Los 200 genes del cáncer, que existen en todos los animales, no están ahí para causar cáncer, naturalmente.
Son parte de la maquinaria esencial del desarrollo embrionario.
Muchos genes relacionados con la comunicación entre células vecinas -los que en oncología suelen llamarse oncogenes- causan cáncer cuando funcionan más de la cuenta.
Y los genes que se ocupan de preservar la memoria del linaje celular -supresores de tumores para los oncólogos- causan cáncer cuando funcionan menos de la cuenta.
Las células no archivan esa memoria de su linaje en la secuencia de ADN (el orden de las letras químicas A, T, C y G), sino en otras cosas que se pegan encima de ella: unos pequeños compuestos químicos (metilos), o ciertas proteínas (histonas).
Por eso se dice que la memoria celular no es genética, sino epigenética (encima de los genes, literalmente).
Aunque un proceso tumoral se inicie porque un oncogén empieza a funcionar más de la cuenta, sólo culmina si además se inactivan los genes supresores de tumores, y esto siempre ocurre por el mismísimo proceso epigenético que ellos mismos se encargaban de aplicar al noble fin de memorizar el linaje de la célula.
Todo esto era sabido, pero no se entendía.
Hasta ayer, un tumor parecía una imposible concatenación de desgracias.
Pipsqueak y Lola son la explicación.
Cuando las rutas de la comunicación celular (los oncogenes) funcionan más de la cuenta, estos dos eslabones se sobreexcitan como si ellos mismos fueran parte de esa gramática vecinal.
Pero también pertenecen al mecanismo que le recuerda a la célula su linaje, y su excitación dispara los procesos epigenéticos que inactivan los genes supresores de tumores.
El cáncer tiene al fin una explicación comprensible.
Fuente: EL PAIS
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